
Si hay una palabra que define a la perfección los momentos que nos ha tocado vivir es precisamente incertidumbre.
Hace décadas que hemos entrado en un túnel donde no se puede vislumbrar nada más allá de nuestras propias narices.
Y genéticamente es algo que nos provoca pavor.
Un mundo completamente desordenado.
Haríamos bien en tener una visión global del asunto porque no atañe solo a naciones concretas, sino que es algo que a todos nos afecta y espacialmente a los que nos consideramos Occidente.
Durante generaciones el mundo era lo que era y prácticamente desde que terminó la Crisis de los misiles cubanos y se fue desvaneciendo la amenaza que suponía la URSS, la clase media progresaba en la mayoría de países que tenían una democracia medianamente consolidada orbitando alrededor de la OTAN.
El riesgo de terceras guerras mundiales, revoluciones o cambios de paradigmas había sido superado.
El mundo volvía a ser un lugar predecible…
Cada generación vivía prácticamente como lo hacían sus padres e incluso mejoraban un poco su calidad de vida.
La industria era sólida y el trabajo abundante (insisto que es una visión global, en España tenemos nuestros propios matices).
Nadie temía por su futuro y hacer planes a largo plazo era viable, pero de repente todo cambió, llegó la Globalización.
La historia se desboca.
Las empresas se deslocalizan a países lejanos donde se abaratan los costes de producción, el sistema económico se desregula permitiendo una especulación sin límites ni moral (véase el caso de las hipotecas subprime), la tecnología nos arrolla modificando el comportamiento cotidiano de todos nosotros, etc.
De hecho estamos de lejos experimentando cambios más acelerados que nunca antes en la historia de la humanidad.
La vida de un campesino del SXII y la de otro del SXVII era en realidad bastante parecida, pero piensa cómo era la vida de los niños de hace 20 años y cómo es ahora.
Nada que ver.
Deus ex tecnología.
El sopapo a los cimientos de nuestras costumbres ha sido tan brutal que ni siquiera somos capaces de asimilarlo, y todo es debido al exponencial progreso de la ciencia.
Somos capaces de transportar (y transportarnos) de forma más económica, la automatización de los procesos de selección facilita mucho tareas manuales otrora tediosas y complejas, la comunicación global hace que las ideas se propaguen mucho más rápido, viajamos, nos mezclamos y nos contagiamos todos juntos.
Y eso tiene repercusiones. Tanto negativas como positivas.
Mala época para augures y derivados.
Si hay alguien que sepa a qué van a jugar los niños dentro de 10 años que tire la primera piedra.
¿Las máquinas harán todos los trabajos manuales? ¿China será la primera potencia mundial? ¿Se encontrará la cura del cáncer?
Existe bastante consenso en que la mayoría de trabajos en un periodo muy corto de tiempo van a quedar obsoletos, ¿Qué pasará con esas personas? ¿Será el sistema capaz de reconvertirlas y reasimilarlas?
Pues no tiene pinta.
Por no hablar de temas médicos. ¿Sufriremos otra pandemia en un tiempo relativamente corto que sea más letal de la que estamos padeciendo? ¿Estaremos preparados para las posibilidades derivadas de la biogenética? ¿Seremos todos guapos, rubios y fuertes en un par de generaciones?
Demasiadas preguntas y todas sin solución.
De hecho ni siquiera sabemos si en un par de décadas el planeta será habitable debido a las nefastas consecuencias que puede acarrear el cambio climático y los efectos de la humanidad sobre el medio ambiente.
¿Estamos perdidos?
Miedo: el germen de los populismos.
Si hay algo que provoca sistemáticamente la incertidumbre es miedo.
Todos vivíamos muy tranquilos cuando el mundo era predecible, pero a día de hoy nadie puede barruntar con un rigor mínimo cómo será el mundo del mañana.
Nadie.
Y en esta coyuntura no es de extrañar que aparezcan salvapatrias como Trump, o movimientos nacionalistas como el Brexit o la independencia de Cataluña.
Hay una gran parte de ciudadanos que no soportan la incertidumbre y anhelan con mórbido anhelo que alguien les reordene su mundo y les dé seguridad.
Esto no es la primera vez que pasa, de hecho es algo cíclico.
Responder a incertidumbres con respuestas ambiguas y divagantes suele ser bastante insatisfactorio. Es mucho más seductor encontrar a alguien que te prometa que todos tus problemas se acabarán construyendo un muro.
Satisfactorio pero falaz e irreal.
Y en esas estamos, una sociedad embobada por los destellos del ocio asequible prefiere mirar futbolistas jugar a la pelota o a famosos que follan con famosas que analizar problemas complejos con rigor y detenimiento.
No es un buen síntoma.
Si queremos, el mundo es nuestro.
Dicho lo cual tampoco soy pesimista.
Lo bueno de la incertidumbre es que si bien las cosas pueden ir a peor, también pueden ir a mejor.
Depende de nosotros.
Que las cajas de los almacenes se coloquen solas no me parece una mala noticia, que el mestizaje entre personas de distintos países se esté disparando me parecen alentador y que pronto superemos los 100 años de esperanza de vida una gran alegría.
Tenemos a nuestro alcance lograr los mejores niveles de bienestar que nunca antes hemos tenido.
¿Seremos capaces de conseguirlo?
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