
De todas las sensaciones humanas que se pueden analizar, el caso de la decepción es una de las más curiosas.
Téngase en cuenta que si bien uno se siente decepcionado en primera persona, la causa se atribuye por definición a un ente externo:
-Me has decepcionado.
Huelga decir que dicho ente puede ser casi cualquier cosa, desde una persona a una comida pasando por el rendimiento de un equipo de fútbol, una obra de teatro o un viaje.
Los agentes susceptibles de decepcionarnos son infinitos.
Lo paradójico del tema es que en realidad los responsables de nuestra propia decepción somos nosotros mismos, ya que esta está intrínsecamente ligada a nuestras propias expectativas e indudablemente somos nosotros las que las autogeneramos y atribuimos.
Podemos sentirnos decepcionados, defraudados o desengañados, pero en realidad es culpa nuestra por no haber sido capaces de hacer un análisis previo más ajustado a la realidad.
Es algo bastante común. Normalmente nos dejamos llevar por nuestras ilusiones o anhelos y distorsionamos la realidad para que encaje de una forma cuasiprofética en nuestros esquemas.
Pero la realidad es la que es, y al final de los finales, por mucho que lo deseemos, siempre se impone.
Las expectativas son un arma de doble filo. Hay que tener cuidado. Siempre hay que tener presente que la única forma de demostrar el movimiento es andando.
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